Érase una vez...La vida en el castillo no era lo que a Cenicienta, Blancanieves y Aurora les habían prometido: lavar, cocinar, planchar y fregar se convirtió desde el primer día en una costumbre. Durante la semana, apenas veían a sus príncipes quienes utilizaban cualquier excusa para pasar más tiempo fuera de palacio: ir de caza, participar en torneos, asistir a fiestas, enamorar a hermosas doncellas... A pesar de esto, deseaban tener hijos, " un descendiente" pensaban ellos.
Un día llegó al reino un viajero. Unos opinaban que venía del Japón por su extravagante modo de vestir, otros rumoreaban que de las Américas. La noticia no tardó en llegar a oídos de los príncipes que pronto celebraron una fiesta en su honor.
El turista tenía voz y andares de mujer, más su indumentaria y apariencia eran claramente masculinas. Vista su extravagancia, los príncipes decidieron mandarle al comedor de las princesas y librarse así de una inconviente compañía.
Una vez que se hubo sentado a la mesa, comenzó a conversar con Cenicienta:
- Me temo que todavía desconozco su nombre.
-
Me llamo Olympia de Gonges.
-¿No es eso nombre de mujer?
-En efecto
-Creo que ha habido una confusión: creí que era usted un turista.
- Estoy de viaje y, al pasar por este pueblo, he decidido quedarme unos días.
- Espero que se encuentre cómoda durante su estancia.
-¿Podría hacerles unas preguntas?
-Como no.
-Me ha llamado la atención el hecho de que pasan mucho tiempo sin sus maridos.
-!Oh¡, ellos llevan una vida muy importante y ajetreada como para que nosotras supongamos una carga aún mayor.
-¿A qué se dedican ustedes?
- Bueno, limpiamos, fregamos, cocinamos... ¿Qué si no?
-¿No han pensado en estudiar? Geografía o un idioma, quizás.
-¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!, qué cosas dice. Una mujer, ¿estudiar? Estará bromeando. Todo el mundo sabe que nosotras no valemos para eso.
- Tienes razón Cenicienta- afirmo Blancanieves- el sitio de la mujer es el hogar.
Como no deje de decir tonterías, me temo que me veré obligada a echarla del castillo.
-¿Pero es que no se dan cuenta? La mujer no ha nacido para acompañar al hombre. Somos algo más. Mientras sus maridos las ignoran utilizándolas como simples sirvientas, ellos se instruyen, aprenden y mejoran. ¿Qué sería de ellos sin vuestra ayuda?
-Los hombres se limitan a hacer lo que deben. No seríamos lo que somos ni tendríamos todo lo que tenemos si no llega a ser por ellos. ¡Esta conversación no tiene sentido alguno! Esto ha sido siempre así y así es como debe seguir.
Al día siguiente, Olympia de Gonges fue encontrada cerca de un camino del bosque: la habían asesinado. Aurora, que había escuchado con atención todo lo que Olympia les había contado, intentó dejar a su marido y tuvo el mismo final. Cenicienta y Blancanieves se limitaron a continuar con sus viejas vidas y, por miedo, no volvieron a hablar de lo sucedido aquella trágica semana. ¡Habían aprendido la lección!
Texto de Emma Fernández (1º Bac) Dibujos de María Reboredo.